Hace unos días, Makoto Satô sacaba su cámara de vídeo de su bolsito de turista japonés y se ponía a documentar la noche. Unos días, 312 días. Llevaba diez -días, se entiende- en Pamplona, había visto docenas de películas, había sonreído en todos los idiomas que pudo y se lo había pasado bien. Un hombre que vivió tres años en un pueblo junto a su equipo para rodar una película, Living on the river Agano, se puso a documentar la noche. Algo tendría.
A mí aquella situación no me parecía nada especial. Mucha gente en un lugar cerrado, nada fuera de lo común. Sin embargo, seguro que cuando Makoto vio lo que había grabado vio mucho más que gente en un lugar cerrado. Seguro que se atascó mirando a alguna de esas personas, a la que probablemente ni siquiera recordaba haber visto. Pero esa persona cobró vida en la pantalla. Esa persona dejó de ser #45, o #92, o #0 porque allí había una cámara. Documentar.
No sé qué fue antes, si las historias o el hambre de historias, pero está claro que a estas alturas las historias son necesarias. Evasión, empatía, proyección de la historia propia... lo que sea, cualquier enfoque sirve. Es más, cualquier enfoque existe. Periódicamente se escucha eso de "todas las historias están contadas". Si te suena a falso, Punto de Vista.
jueves, 4 de enero de 2007
Documentar
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