Se estaban apagando las luces y a algún sitio había que ir. Hacía frío, llevaba horas siendo de noche y rebosábamos documentales, pero el consenso simplemente sucedió y acabamos juntando mesas en un bar. Nadie entendía dos de cada cinco palabras que salían al aire, pero estábamos todos muy sociables después de ver la película más descorazonadora del festival.
La verdad es que nos olvidamos pronto de los cadetes rusos y nos dedicamos a elegir cerveza de entre docenas de posibilidades. Fascinación japonesa en los ojos de Makoto ante el volumen pseudomediterráneo de las conversaciones y agradecimiento francés en los de un señor de 80 años que no escuchaba lo que le decíamos. Así hasta unas veinte personas. Eran las 11 o las 12 de la noche y había risas a seis bandas en una mesa en la que habíamos caído como podríamos haber caído en otra cualquiera. Entonces cobró sentido.
domingo, 14 de enero de 2007
Habitaciones
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