sábado, 10 de febrero de 2007

El bagaje de la mirada


La de horas que hemos invertido en ver cómo pasan las imágenes. Se puede recordar cuál fue la primera película vista en el cine, o la primera de este director o de aquel país, pero ni rastro mental del momento en el que asimilamos la imagen en movimiento como presencia. Porque no existió ese momento, llegamos décadas tarde, la historia nos ha hecho parte del trabajo.
Resultado: una nostalgia imposible, una pureza que sólo conocemos de oídas y el peso de lo ya visto. Nunca vamos a poder huir de la sala porque pensamos que el tren se va a salir de la pantalla, ni nos va a sorprender que nos enseñen lo que ocurre en dos sitios simultáneamente (o que una ola gigante vaya a sepultar el mundo). El margen para la novedad parece limitarse a lo grotesco, pero también puede situarse en la verdad.
Cuando lo hemos visto casi todo, una persona recordando en voz alta ante nuestros ojos tiene una capacidad de sorpresa única. Ahí esta la novedad que ofrecen los documentales: lo que enseñan, existe.

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